Luis Cernuda (1902-1963), es un poeta en busca del equilibrio. Tradición e innovación deben ser incorporadas en idéntica proporción. En su vida aplicó los mismos conceptos. Un poco de lo de siempre, un poco de lo novedoso. Sin correr demasiado riegos. Cuando se exilia en México, yéndose de la España franquista debido a su homosexualidad tan perseguida como la de otros que, como él, debieron emigrar para evitar las persecuciones, se mantiene aislado de todo lo que ocurre en el arte social mexicano. Sigue lineal en su lírica brillante, sin preocuparse de los grandes temas sociales, y metiéndose de lleno en la realidad que él ve, la cercana, la que lo daña, y a la que critica como moralista: "Contempla sus extraños cerebros / intentando levantar, hijo a hijo, un complicado edificio de arena".
En toda su poesía hay exquisitez y alto vuelo. Tanto como una parcial y, por lo general, errónea, visión de lo real. Para Cernuda, en su elegía a García Lorca, el motivo del fusilamiento es el odio de los fascistas por la poesía. Pero García Lorca murió al lado de José Dióscoro Galindo, un maestro que no era poeta, y dos sindicalistas. ¿Permiso poético el que toma Cernuda? ¿O incomprensión de lo real, tan propia de escritores y poetas que habitan en universos únicos y distantes? A Cernuda se lo lee bien cuando no predica moralina. Es entonces cuando se goza de su poesía, tan leve, tan interesante.